Imagen: El País |
Ciudades que pinchan
La arquitectura defensiva ofrece bancos incómodos, fuentes secas y
plazas sin sombra
Las púas antimendigo de Londres no son una excepción
Patricia Gosálvez |El País, 2014-06-15
Dieciséis pinchos metálicos de un par de centímetros de alto han
levantado una montaña de indignación en las redes sociales. Los colocó en su
soportal una comunidad de vecinos londinense para librarse de una persona sin
hogar que dormía en el suelo. El 6 de junio un peatón tomó una foto y la subió
a Internet. Twitter hizo el resto. "Es un poco hipócrita cómo la
gente se ha rasgado las vestiduras con este trending topic: en todas las
grandes ciudades, incluidas las españolas, se colocan sistemáticamente, desde
hace años, este tipo de barreras”, dice José Manuel Caballol, de la fundación de lucha contra
la exclusión social RAIS. Las considera una forma más de “violencia
indirecta contra las personas sin hogar”. “El tuit no me llamó la atención”,
dice, “basta con darse un paseo por el centro de cualquier gran ciudad”.
A un paso de la céntrica glorieta de Ruiz Giménez de Madrid, Fernando
se despereza de la siesta liándose un pitillo. Está resguardado bajo los
soportales del mítico Edificio Princesa. Un hito de la arquitectura de los años
setenta obra de Fernando Higueras que, inspirado por Le Corbusier, proyectó
una mole de hormigón aligerada por terrazas, un jardín vertical donde la dura
ciudad se hacía más habitable. En el colchón sobre la acera en el que duerme
Fernando queda poco de esa idea. Antes los sin hogar se ponían sobre las
jardineras que rodean la parte baja del edificio. “Olía fatal, y aquí además de
vecinos hay una clínica dental, no solo era intimidatorio, era antihigiénico”,
explica una usuaria del edificio cuya comunidad de vecinos, “desesperada”,
decidió hace un par de años poner hormigón sobre la superficie horizontal que
los sin hogar usaban como cama para que quedase en cuesta. Si Fernando no te lo
cuenta, cualquiera pensaría que el edificio siempre ha sido así. No hay
pinchos, pero es lo mismo.
La arquitectura disuasoria busca, con más o menos disimulo, evitar
ciertos comportamientos creando barreras físicas. Un paseo por el centro de
Madrid, mirando con ojos de quien busca —no ya solo dormir, sino sentarse, ir
al servicio, socializar, beber y comer sin tener que sentarse en una terraza—
descubre decenas de ejemplos. Es una ronda fascinante, porque el peatón ha naturalizado
estas triquiñuelas que hacen la experiencia de la ciudad más incómoda para todo
el mundo.
Si te fijas, hay jardineras bordeadas de verjitas que la gente se clava
en el trasero cuando para a hablar por teléfono. Otras han sido rellenadas con
cemento en el que se han incrustado piedras o varillas metálicas. Algunas
soluciones son seudodecorativas; otras son simples mallas metálicas colocadas
de manera improvisada sobre huecos o recovecos. La tipología de los bancos es
muy variada. Algunos están divididos para evitar que te tumbes, otros son
simples bloques sin respaldos ni brazos, y algunos, en vez de planos, están
inclinados y para sentarse sin escurrirse hay que hacer fuerza con los pies. En
la plaza de Ópera la fuente está deshabilitada, en la de Callao no hay sombra. En Jacinto Benavente hay más
de 200 sillas de terrazas (de pago) y ni un banco. La ausencia de verde es
notable.
“Los centros de las ciudades se están endureciendo para todos... No es
que haya una normativa específica que busque ciudades menos habitables, pero
falta una visión y gestión global de los espacios públicos”, opina Carlos Llés,
sociólogo urbano. “Tal como funciona el diseño del espacio público, suele
ocurrir que aunque el proyecto pueda estar bien pensado, llega un momento,
generalmente durante la ejecución de la obra o su mantenimiento, en el que
aparece un concejal de distrito o alguien del área de seguridad y pide -casi
siempre por presiones de los vecinos, y sobre todo de los comerciantes- que se
tomen este tipo de medidas. El resultado son espacios defensivos,
desequilibrados y poco habitables no solo para quien vive en la calle, sino
para todos los que usamos la ciudad”. Para las abuelas que no se pueden poner
juntas en los bancos individuales, para los niños que corren sobre el duro
granito, para el lector que se quiere sentar sin tener que entrar en un bar y
para el que tiene sed y no quiere pagarse un botellín de agua.
En Madrid, el ejemplo perfecto está en el kilómetro cero. La fuente
central de la Puerta del Sol estaba diseñada como un banco circular donde la
gente se podía sentar con los pies para dentro (en un foso sin agua), o hacia
afuera, apoyados en un escalón de unos 20 centímetros. Pero alguien, en
distintos momentos entre 1985 y 2009, decidió llenar de tierra y flores el foso
y colocar sobre el banco una corona de espinas. Ahora los turistas (solo los
más flexibles) se sientan acuclillados en lo que era originalmente el escalón.
O directamente se sientan en el suelo.
En Barcelona, donde el actual Ayuntamiento asegura que “está a favor
del urbanismo de las personas y no del urbanismo preventivo”, también se pueden
encontrar bancos anti-mendigos colocados en 2009, alféizares de ventanas
inclinados y diversos obstáculos en garajes y portales.
“Improvisada o no, siempre hay una ideología detrás de estas
actuaciones”, dice Eva García Pérez, arquitecta-urbanista del Observatorio
Metropolitano. “Son estrategias para desplazar lo que la ciudad no quiere
ver”, continúa. “Muchas veces tienen detrás un falso discurso arquitectónico:
el higienista, la falsa sostenibilidad o el disfraz de diseño contemporáneo,
porque nos fascina ese aspecto ultramoderno de las plazas duras. Y por
supuesto, está la obsesión por la seguridad”.
La plaza de Soledad Torres Acosta, en Madrid, fue arrancada de cuajo en
2006 tras el asesinato de Viktoriya Nvosu a manos de Manuel Córdoba,
conocido como Manolo el de la gorra. Eran dos habituales de una zona, detrás de
la Gran Vía, poblada por personas sin hogar, toxicómanos, prostitutas y
pequeños narcotraficantes. La remodelación puso orden, luz y cámaras de
videovigilancia en un espacio confuso. Desaparecieron los rincones para dormir
y para ser atracado y de paso se creó una explanada perfecta para colocar
terrazas y mercadillos transitorios, que pagan licencias municipales. A los
vecinos que llevaban años pidiendo la remodelación, les pareció que la nueva
plaza no estaba pensada para ellos, sino para los que iban al centro de
compras.
Ordenar el espacio público de una ciudad es una cuestión compleja entre
el control y el caos; el castigo y la mediación; la convivencia y el conflicto.
Entre la teoría de lo que es habitable y la práctica del día a día. “El caso de
los pinchos es en extremo vidrioso”, dice el sociólogo Llés. “Hay distintas
maneras de verlo. Está quien defiende que toda intervención es estéril porque
el espacio público es conflictivo por naturaleza. Y, en el extremo opuesto,
quien quiere imponer unas estrictas normas de convivencia que tienden a
desproteger al más vulnerable. Entremedias, está el buenismo de quien dice qué
le vamos a hacer, y la opinión de quien se encuentra el problema en la puerta
de casa”.
“La ciudad es un espacio de recursos para todo el mundo, aunque quienes
viven en la calle son quienes más los necesitan para sobrevivir”, apunta la
arquitecta-urbanista Eva García. “Al final, tanto ellos como los demás
inventamos la manera de adaptarnos a estas barreras para seguir usando las
ciudades como necesitamos hacerlo”.
En la madrileña calle Desengaño inventiva no falta. Casi todos los
comercios tienen su fórmula (unos han puesto flores, otros pinchos) para evitar
que las prostitutas se instalen en sus escaparates. Por su parte, las mujeres
han ideado todo tipo de sistemas para descansar de sus tacones de aguja. Con
cajas de fruta y cartones crean sillas, algunas muy ingeniosas, sobre las que
hacen equilibrismos sobre pinchos y bolardos. Por toda la ciudad, los ancianos
están empezando a hacer lo mismo.
Algunos alféizares están inclinados, lo que de paso facilita su
limpieza, pero en la mayoría se han colocado forjas más o menos agresivas tras
las que se acumula la basura. Estas pequeñas fortificaciones, más que en
portales de vecinos como el de Londres, abundan a la entrada de los comercios.
“Está a la orden del día”, explica Paloma de Marco, de Apreca, la asociación de
comerciantes del centro. “Si se te planta alguien en la puerta, la gente no
entra en tu negocio”.
A los soportales retranqueados les han salido verjas (en los que no se
tumba el sin hogar, pero tampoco se puede resguardar de la lluvia el
transeúnte). En la parte baja de algunas puertas hay estructuras metálicas que
inhabilitan los escalones cuando están cerradas. Encontrar un urinario sin entrar a un bar es misión imposible.
“Las calles se piensan para los turistas, para que la gente compre y entre en
los bares. No se piensa en los vecinos y mucho menos en las entre 30.000 y
40.000 personas sin hogar que hay en España, que también son usuarios de la
ciudad”, opina Jesús Sandín, de Solidarios para el desarrollo. Según el INE, que contabiliza a quienes duermen en
albergues, hay 23.000 personas sin hogar en España. En Madrid son 2.200, 700 de
los cuales duermen en la calle. Manolo lo hace a los pies del Teatro Real (con
quien tiene una suerte de pacto) desde hace 10 años. Saluda a los vecinos del
barrio como uno más. “Entiendo lo de los pinchos, si fuese mi casa yo también
los pondría... habría que ver cómo les dejaba el portal el de Londres”, dice
dando voz a una opinión sorprendentemente extendida entre media docena de
personas sin hogar consultadas. “Hay que tener respeto”, dice, “levantarse
pronto, dejarlo todo limpio, no mearse, cagarse ni vomitar en la puerta de
nadie”.
Cuando vio la foto de Londres, Ferrán Busquets, de la asociación
Arrels de Barcelona, tuiteó la imagen de una escultura rodeada de bolardos
de Girona, donde vive. “Poner
hierros donde había un señor durmiendo. Problema resuelto, ¿no?”, escribió.
“Es normal que te moleste que alguien duerma en tu portal”, dice, “pero estas
soluciones son denigrantes”. Frente al común argumento de vecinos y
comerciantes de que quien duerme en la calle es porque no quiere ir a los
albergues disponibles, plantea: “La pregunta es si tú te sentirías seguro y
cómodo en un dormitorio común con otros cuarenta, duchándote con tus
pertenencias para que no te las quiten”. Y ofrece la estrategia Housing First,
puesta en práctica con éxito en varios países, que consiste en dar una
vivienda, no compartida ni tutelada, al sin hogar.
El Papi pasó veinte años en la calle. Ahora vive en una casa okupa,
pero pasa el rato en la Plaza Mayor porque se aburre encerrado. “Lo de los
pinchos es como cuando la policía te quita una lata de cerveza porque no se
puede beber en la calle”, dice. “Y aquellos... ¿acaso no están bebiendo también
en la vía pública?”, se pregunta señalando a los turistas de las terrazas. El
Papi suspira y entona el discurso de muchos urbanistas: “El problema no es la
ciudad, sino los políticos que la quieren convertir en un bazar”.
Las púas que incendiaron Twitter
Una vez subidas a Twitter las púas anti-mendigo colocadas en la entrada
de un bloque de apartamentos de lujo en el barrio londinense de Southwark
incendiaron las redes sociales. El comentario más reenviado las comparaba con
los pinchos que se colocan para evitar que se posen las palomas sobre los
edificios. El alcalde de Londres tuiteó que le parecían "feas, contraproducentes y estúpidas". Medios de
todo el mundo se hicieron eco. Se reunieron más de 100.000 firmas en Internet para retirarlas y se convocó una
manifestación a las puertas del edificio (aunque se presentaron más periodistas
que manifestantes). Los internautas comenzaron a subir fotos semejantes de
intervenciones urbanas hostiles en ciudades de todo el mundo. En Londres,
diversos activistas vertieron cemento sobre unos pinchos parecidos que tenían
en sus escaparates los supermercados Tesco, y que depués fueron retirados por
la compañía.
'Anti lugares'
'Anti lugares'
De historiadas rejas sobre un alféizar a simples cantos rodados bajo un
puente. Los artistas franceses Survival Group llevan nueve años desarrollando el proyecto
fotográfico Anti
Sites, anti
lugares, que recopila ejemplos de obstáculos urbanos para que la gente no
duerma, se tumbe o patine en ciudades de Francia, Estados Unidos, Brasil,
Canadá, Japón... “El primero lo encontramos, paradójicamente, junto a una cola
del paro”, explica por mail Arnaud Elfort. "A partir de entonces empezamos
a descubrir nuevos anti lugares por todas partes, objetos en los que no
habíamos reparado porque eran trucos discretos o estéticos". "Eso es
lo que ha llamado tanto la atención de los pinchos de Londres", opina
Elfort, "normalmente los vecinos colocan en los huecos de sus portales una
falsa escultura o un macetero estatégico, no algo tan obviamente violento como
púas metálicas".
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