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M.J. Tabar | Diario de Lanzarote, 2015-08-09
http://www.diariodelanzarote.com/noticia/operaci%C3%B3n-%E2%80%98salvar-el-hotelito%E2%80%99-la-%C3%BAnica-casa-modernista-de-lanzarote-se-deteriora
Verano tras verano, los acuarelistas lo dibujan en sus cuadernos y la maresía lo devora sin prisa. El mismo aire salino que los médicos recetaron a su propietario en los años 20 del siglo pasado devora hoy la fachada de la única casa modernista de Lanzarote. Un particular ha planteado a la Diócesis de Canarias —actual dueña del edificio— y al ayuntamiento de Teguise un proyecto de restauración que ronda los 300.000 euros.
La primera vez que Arminda Arteta vio esta vivienda, de fachada semielíptica y fantasioso espíritu submarino, fue en una clase sobre patrimonio arquitectónico canario, en la Universidad de La Laguna. La diapositiva ubicaba la casa en Arrieta. En realidad está junto al muelle de Caleta de Famara, deshaciéndose como aspirina en vaso de agua desde que su propietario falleciera en 1950. “Soy de allí y no la conozco, qué vergüenza”, pensó la historiadora lanzaroteña.
La casa refleja buena parte del espíritu de Luis Ramirez (El Islote, 1884 - Barcelona, 1950), un hombre pudiente, que se crió en la casa que hoy es la bodega La Florida. Hijo de terratenientes, “siempre tuvo muchas inquietudes culturales” y ocupó varios cargos públicos (fue alcalde de San Bartolomé, consejero del Cabildo y juez de paz). “Tenía un gran interés en reforestar la isla y manejaba ideas muy avanzadas”, explica la historiadora en la bodeguita de la Casa Cerdeña.
Coleccionaba muebles, era un gran amante del arte y un católico muy devoto. Cuentan que en 1909, al percatarse de la columna de humo que había levantado el incendio de la iglesia de Guadalupe, emprendió con su caballo un galope desenfrenado para rescatar las figuras de los santos. En 1925 solicitó el usufructo del Castillo de Guanapay para embellecerlo. Así lo hizo, enterrando de paso a su perro Azabache en aquella montaña, como hizo con todos sus compañeros animales, a los que dedicó lápida y epitafio. También limpió y conservó la gran mareta de Teguise e intentó hacer lo propio con el castillo de Las Coloradas, pero no se lo permitieron. También promovió un albergue para romeros en Las Nieves, compró gran cantidad de objetos para el culto religioso, donó la casa de su abuelo al ayuntamiento de Arrecife (hoy, Casa Agustín de la Hoz) y destinó 1,5 millones de las antiguas pesetas a becas para niños sin recursos.
Quienes lo conocieron cuentan que era solitario, viajero, culto y algo despistado. Muchos lo recuerdan llegando a pie a San Bartolomé, apoyado en un paraguas que usaba como cesta de la compra. Falleció en Barcelona durante un viaje a Roma. Iba a visitar al Papa. Hoy, sus restos descansan como dejó dicho: bajo una pirámide de cemento que ordenó construir al maestro albañil Juan Martín Armas y en la que muchos ven una clara vinculación masónica.
“No entorpece el tráfico y hermosea el caserío” A finales del siglo XIX los médicos recomendaban tomar baños marinos (de aire, no de agua) para mejorar enfermedades respiratorias. Luis Ramírez atendió el consejo del facultativo y en los años veinte decidió construirse un chalé vacacional en un pueblo costero, expuesto a la ferocidad y a los perfumes del Atlántico. En 1933 aquella casa era una extravagancia y llamaba la atención en medio de los modestos almacenes de piedra y las “casuchas” de los pescadores. Un vecino protestó porque la fachada de aquel “hotelito” le robaba sus vistas. El consistorio de Teguise le respondió con contundencia: “No entorpece el tráfico y hermosea el caserío”. Las obras continuaron.
Cuentan que Luis pasaba largas horas tumbado en una hamaca, leyendo, en medio del baile de colores que organizaba la luz al atravesar las boyas que colgaban de la linterna de la casa, hoy desaparecida. Además de beneficiarse de las bondades del aire yodado, mandaba a los chiquillos del pueblo a coger papas crías al alto de Las Nieves o les conminaba a traerle burgaos y otras delicias de la tierra a cambio de propina. Cuando se trataba de cocinar, despachaba a la señora que limpiaba para hacerse cargo él mismo de los compuestos y los fogones.
El edificio fue obra de los maestros albañiles Juan Martín y Bonifacio García. Ellos enfoscaron la fachada y crearon el pequeño cosmos acuático que quería su cliente: burbujas, conchas, aguavivas, morenas y un presidencial pulpo, todos ejecutados en hueco relieve, como las iniciales del ordenante (L.R.). Hoy sólo se intuyen los animales y la decoración vegetal curvilínea del cuerpo inferior de la casa, que coloniza la puerta con delicadeza de culantrillo. No se conocen fotografías antiguas del interior, pero hemos de imaginar suelos cubiertos de baldosas hidráulicas, paredes alicatadas y mobiliario modernista.
La casa reúne muchas particularidades que la hacen única: su decoración (más animal que vegetal), su ubicación (un pueblo pesquero, en vez del entorno burgués propio del modernismo), sus materiales (cemento poco noble) y su estilo (“popular, ingenuo, algo tosco, muy sui géneris”). En La Caleta se conoce como “el hotelito” o “la casa del cura” porque su propietario la legó al párroco de Teguise, a la Diócesis. Su testamento también dice que en caso de mala conservación, pasaría a ser propiedad del hospital de Dolores (actual Hospital Insular, del Cabildo de Lanzarote).
Una iniciativa particular, la de Juan Marrero —que fue procurador en Cortes, director de la Caja Insular de Ahorros y administrador de Protucasa— plantea la restauración urgente de la vivienda.“Los forjados de madera están en muy mal estado, sobre todo la cubierta de la planta alta”, dice el arquitecto Carlos Lahora, sobrino del impulsor del proyecto y encargado de hacer el estudio inicial de la vivienda. Habría que quitar el enfoscado interior y exterior “para volver a hacer los bajorrelieves y las molduras con nuevos materiales”. Un análisis visual y varias catas concluyen que “hay que reforzar los muros”, y la madera de los forjados “está carcomida”. La cubierta de la parte alta es la más deteriorada. En los años 90 se añadió un patio trasero y la casa tiene conexión de agua y luz. Los vecinos han denunciado la presencia de humedad y ratas.
Un centro de Interpretación del Risco de Famara
El ayuntamiento de Teguise ha instado a la Diócesis a que arregle o ceda la casa porque su estado es “ruinoso” y provoca daños colaterales al vecindario. Juan Marrero plantea “un proyecto precioso”, dice Oswaldo Betancort, alcalde de Teguise: un centro de interpretación del risco de Famara “donde tendría cabida la figura de César Manrique”, que veraneó en la Caleta. “Esto le daría un plus turístico al pueblo”, añade. “Para ponerla a punto necesita un mínimo de 300.000 euros”, añade. Si la Diócesis hace una cesión, Teguise se plantearía la viabilidad económica de la inversión, “pero no lo vamos a hacer hasta que no nos garanticemos el uso y la propiedad”, subraya. Todas las partes (ayuntamiento, Diócesis y particular) están de acuerdo en salvar la casa.
La primera vez que Arminda Arteta vio esta vivienda, de fachada semielíptica y fantasioso espíritu submarino, fue en una clase sobre patrimonio arquitectónico canario, en la Universidad de La Laguna. La diapositiva ubicaba la casa en Arrieta. En realidad está junto al muelle de Caleta de Famara, deshaciéndose como aspirina en vaso de agua desde que su propietario falleciera en 1950. “Soy de allí y no la conozco, qué vergüenza”, pensó la historiadora lanzaroteña.
La casa refleja buena parte del espíritu de Luis Ramirez (El Islote, 1884 - Barcelona, 1950), un hombre pudiente, que se crió en la casa que hoy es la bodega La Florida. Hijo de terratenientes, “siempre tuvo muchas inquietudes culturales” y ocupó varios cargos públicos (fue alcalde de San Bartolomé, consejero del Cabildo y juez de paz). “Tenía un gran interés en reforestar la isla y manejaba ideas muy avanzadas”, explica la historiadora en la bodeguita de la Casa Cerdeña.
Coleccionaba muebles, era un gran amante del arte y un católico muy devoto. Cuentan que en 1909, al percatarse de la columna de humo que había levantado el incendio de la iglesia de Guadalupe, emprendió con su caballo un galope desenfrenado para rescatar las figuras de los santos. En 1925 solicitó el usufructo del Castillo de Guanapay para embellecerlo. Así lo hizo, enterrando de paso a su perro Azabache en aquella montaña, como hizo con todos sus compañeros animales, a los que dedicó lápida y epitafio. También limpió y conservó la gran mareta de Teguise e intentó hacer lo propio con el castillo de Las Coloradas, pero no se lo permitieron. También promovió un albergue para romeros en Las Nieves, compró gran cantidad de objetos para el culto religioso, donó la casa de su abuelo al ayuntamiento de Arrecife (hoy, Casa Agustín de la Hoz) y destinó 1,5 millones de las antiguas pesetas a becas para niños sin recursos.
Quienes lo conocieron cuentan que era solitario, viajero, culto y algo despistado. Muchos lo recuerdan llegando a pie a San Bartolomé, apoyado en un paraguas que usaba como cesta de la compra. Falleció en Barcelona durante un viaje a Roma. Iba a visitar al Papa. Hoy, sus restos descansan como dejó dicho: bajo una pirámide de cemento que ordenó construir al maestro albañil Juan Martín Armas y en la que muchos ven una clara vinculación masónica.
“No entorpece el tráfico y hermosea el caserío” A finales del siglo XIX los médicos recomendaban tomar baños marinos (de aire, no de agua) para mejorar enfermedades respiratorias. Luis Ramírez atendió el consejo del facultativo y en los años veinte decidió construirse un chalé vacacional en un pueblo costero, expuesto a la ferocidad y a los perfumes del Atlántico. En 1933 aquella casa era una extravagancia y llamaba la atención en medio de los modestos almacenes de piedra y las “casuchas” de los pescadores. Un vecino protestó porque la fachada de aquel “hotelito” le robaba sus vistas. El consistorio de Teguise le respondió con contundencia: “No entorpece el tráfico y hermosea el caserío”. Las obras continuaron.
Cuentan que Luis pasaba largas horas tumbado en una hamaca, leyendo, en medio del baile de colores que organizaba la luz al atravesar las boyas que colgaban de la linterna de la casa, hoy desaparecida. Además de beneficiarse de las bondades del aire yodado, mandaba a los chiquillos del pueblo a coger papas crías al alto de Las Nieves o les conminaba a traerle burgaos y otras delicias de la tierra a cambio de propina. Cuando se trataba de cocinar, despachaba a la señora que limpiaba para hacerse cargo él mismo de los compuestos y los fogones.
El edificio fue obra de los maestros albañiles Juan Martín y Bonifacio García. Ellos enfoscaron la fachada y crearon el pequeño cosmos acuático que quería su cliente: burbujas, conchas, aguavivas, morenas y un presidencial pulpo, todos ejecutados en hueco relieve, como las iniciales del ordenante (L.R.). Hoy sólo se intuyen los animales y la decoración vegetal curvilínea del cuerpo inferior de la casa, que coloniza la puerta con delicadeza de culantrillo. No se conocen fotografías antiguas del interior, pero hemos de imaginar suelos cubiertos de baldosas hidráulicas, paredes alicatadas y mobiliario modernista.
La casa reúne muchas particularidades que la hacen única: su decoración (más animal que vegetal), su ubicación (un pueblo pesquero, en vez del entorno burgués propio del modernismo), sus materiales (cemento poco noble) y su estilo (“popular, ingenuo, algo tosco, muy sui géneris”). En La Caleta se conoce como “el hotelito” o “la casa del cura” porque su propietario la legó al párroco de Teguise, a la Diócesis. Su testamento también dice que en caso de mala conservación, pasaría a ser propiedad del hospital de Dolores (actual Hospital Insular, del Cabildo de Lanzarote).
Una iniciativa particular, la de Juan Marrero —que fue procurador en Cortes, director de la Caja Insular de Ahorros y administrador de Protucasa— plantea la restauración urgente de la vivienda.“Los forjados de madera están en muy mal estado, sobre todo la cubierta de la planta alta”, dice el arquitecto Carlos Lahora, sobrino del impulsor del proyecto y encargado de hacer el estudio inicial de la vivienda. Habría que quitar el enfoscado interior y exterior “para volver a hacer los bajorrelieves y las molduras con nuevos materiales”. Un análisis visual y varias catas concluyen que “hay que reforzar los muros”, y la madera de los forjados “está carcomida”. La cubierta de la parte alta es la más deteriorada. En los años 90 se añadió un patio trasero y la casa tiene conexión de agua y luz. Los vecinos han denunciado la presencia de humedad y ratas.
Un centro de Interpretación del Risco de Famara
El ayuntamiento de Teguise ha instado a la Diócesis a que arregle o ceda la casa porque su estado es “ruinoso” y provoca daños colaterales al vecindario. Juan Marrero plantea “un proyecto precioso”, dice Oswaldo Betancort, alcalde de Teguise: un centro de interpretación del risco de Famara “donde tendría cabida la figura de César Manrique”, que veraneó en la Caleta. “Esto le daría un plus turístico al pueblo”, añade. “Para ponerla a punto necesita un mínimo de 300.000 euros”, añade. Si la Diócesis hace una cesión, Teguise se plantearía la viabilidad económica de la inversión, “pero no lo vamos a hacer hasta que no nos garanticemos el uso y la propiedad”, subraya. Todas las partes (ayuntamiento, Diócesis y particular) están de acuerdo en salvar la casa.
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