Imagen: El País |
Las ciudades albergan inesperados ecosistemas de flora y fauna. Los expertos reclaman proteger esta biodiversidad en un mundo cada vez más urbano.
J. A. Aunión | El País, 2015-04-17
http://politica.elpais.com/politica/2015/04/17/actualidad/1429289983_420732.html
Los transeúntes andan con prisas, muchos mirando al suelo, en una plomiza mañana en el centro de Madrid. Pero Arantza Leal está mirando al cielo, hacia un edificio alto en los alrededores del parque del Retiro. Está buscando una pareja de halcones. Lleva un tiempo intentando ver en qué piso han colocado su nido este año.
Hay, al menos, ocho parejas de estas rapaces protegidas en la ciudad más poblada de España, con más de tres millones de habitantes. El endurecimiento de las condiciones en su entorno natural hizo que estas aves se fueran acercando poco a poco a las ciudades, donde encuentran cobijo en las fachadas de esos edificios altos, comida en forma de palomas o cotorras y pocos enemigos que quieran comérselos a ellos, cuenta Leal, bióloga de la ONG SEO Birdlife. “También he llegado a ver algún azor y hasta buitres”, añade.
“La ciudad no es un desierto. De hecho, está mucho más habitada de lo que creemos”, añade Raimundo Real, catedrático de Biología de la Universidad de Málaga. El ser humano, explica, altera todo lo que le rodea, expulsando en su avance a muchas especies, pero dejando espacios abiertos para otras, creando nuevos, distintos ecosistemas de flora y de fauna compuesta por todo tipo de aves, pequeños mamíferos (ratones, ardillas, conejos, erizos, murciélagos…), anfibios (sapos, ranas, lagartijas…), insectos… Y a los que se asoman cada vez especies más inesperadas, como los buhós reales o los zorros. Un estudio del año pasado dirigido por la Universidad de Rutgers (EEUU) hecho en 150 ciudades de todo el mundo calculaba que en cada urbe hay unas 112,5 especies de aves y 766 de árboles y plantas. Y la mayoría son autóctonas.
Desde luego, estos hábitats, a partir de los oasis verdes públicos o privados, más o menos grandes, en medio del asfalto, no son ni de lejos los más amigables para fauna y flora; ese estudio de Rutgers dice también que las ciudades solo acogen al 5% de las variedades vegetales y al 20% de las de aves. Pero en un mundo que se está urbanizando a marchas forzadas (el 54% de la población mundial reside en áreas urbanas y la ONU prevé que para 2050 llegará al 66%), el interés por estos espacios no hace más que crecer y, con él, las voces que impulsan estrategias de conservación de esta biodiversidad urbana, empezando por la ONU y la Comisión Europea.
En España, hay Ayuntamientos que se lo han tomado en serio, como Santander, Barcelona o Vitoria, que cuentan con planes de conservación de su biodiversidad. La capital vasca, de hecho, pertenece a una red creada por la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Virginia junto a ciudades como San Francisco, Birmingham, Oslo o Singapur.
Las razones que se ofrecen para cuidar esta biodiversidad son muy variadas. En el plan de Biodiversidad de Barcelona hablan de “servicios de carácter ecológico, ambiental, social e incluso económico” que van desde la ética de la conservación de la naturaleza, el bienestar físico y mental de la población, la disminución de la contaminación, la regulación de las temperaturas y el ciclo del agua hasta la investigación y la educación, la generación de plusvalías para los inmuebles cercanos o el turismo.
Pero hay una básica: la flora es el principal agente que capta CO2 y lo convierte en oxígeno, y tal vez las ciudades sean pulmones ínfimos comparados con otros, pero en ese mundo cada vez más urbano deben poner su granito de arena, dice el concejal de Medio Ambiente de Barcelona, Joan Puigdollers. “Se trata de aprovechar cualquier espacio: tejados, jardines, plazas, balcones...”.
El plan barcelonés insiste en que “una infraestructura ecológica funciona como un sistema completo, con vida vegetal y vida animal”. Es decir, que se trata de dar el salto desde el espacio verde puramente decorativo y artificial hasta un ecosistema lo más autosuficiente y vivo que sea posible. Lo que implica, por ejemplo, tener algunos árboles viejos (con más oquedades) y áreas con flores silvestres, en lugar de céspedes perfectamente rasurados y troncos inmaculados, para que puedan acoger todo tipo de bichos.
“Forman un todo con partes interdependientes. Cualquier pérdida es una pérdida para todo el conjunto”, explica el profesor Real sobre uno de los más básicos principios de la naturaleza de los ecosistemas, en los que cada vida está relacionada con la de al lado. Las mariquitas se comen los pulgones que atacan a las plantas; los ruiseñores y muchas otras aves también comen insectos que atacan las flores y a las personas; lo mismo que los sapos, que además mantienen limpios los estanques mientras son renacuajos; las aves rapaces nocturnas, por ejemplo, los mochuelos del Retiro de Madrid, controlan la población de ratones, mientras, al lado y ya de día, la pareja de halcones hace otro tanto con las palomas, que son un problema cuando hay demasiadas.
La conservación de estos delicados equilibrios tiene grandes enemigos en la urbe: aparte de los evidentes de ese entorno hostil, son el maltrato de espacios verdes (fumigaciones masivas, talas mal hechas) y las especies invasoras de animales exóticos como tortugas, cotorras...
Lo explican Juan Carlos del Moral y Luis Martínez de SEO Birdlife, en Príncipe Pío, a la entrada de la Casa de Campo, un gran pulmón verde en la zona oeste de la ciudad de Madrid. Señalan la zona donde a finales de los años setenta se localizaron los primeros nidos de cotorras argentinas. Eran una especie muy popular, y la gente la compraba para tenerla en casa. Pero algunas se escaparon y muchas otras se soltaron porque emiten un fuerte y molesto ruido. Que se lo digan a los vecinos que ahora las sufren, convertidas hoy, en una especie invasora, un enorme problema del tamaño de miles de parejas, cuyos nidos estropean los árboles. “Se podría haber atajado fácilmente si se hubiera actuado a tiempo; ahora, que las administraciones nos piden estrategias, son un problema que costará mucho dinero resolver”, dice Del Moral.
Aparte de las cotorras, hay cigüeñas, vencejos, lavandera blanca, estorninos, carboneros… El oído y la vista entrenados de Martínez y Del Moral reconocen hasta una quincena de especies de aves en un pequeño paseo entre la zona verde creado en el entorno del río Manzanares y la entrada de la Casa de Campo. Pero también marcan faltas: la falta de una ribera en el río, la ausencia de flores en las zonas de césped… Las aves, dicen, son un buen bioindicador. Por ejemplo, el estudio de la sangre del gorrión común es muy útil para medir la calidad del aire, según una investigación de la Universidad Complutense.
Esta especie está en serio declive en muchas ciudades, también Madrid por diversas razones (pesticidas, talas...). A pesar de todo, los hay resistentes, como se puede ver estos días en Madrid, llena de bandadas de aves migratorias. Por ejemplo, hay una de vencejos procedentes de África sobre los edificios que están frente a la estación de Príncipe Pío. Son muchos, aunque la mayoría de transeúntes cruzan rápido las aceras sin reparar en este curioso animal que se pasa la mayor parte de su vida volando: comen, duermen y copulan en el aire; solo se posan para incubar y criar a sus polluelos. Cuando llegue el calor, serán un gran aliado porque se comerán una gran cantidad de molestos insectos como mosquitos, moscas y polillas.
Hay, al menos, ocho parejas de estas rapaces protegidas en la ciudad más poblada de España, con más de tres millones de habitantes. El endurecimiento de las condiciones en su entorno natural hizo que estas aves se fueran acercando poco a poco a las ciudades, donde encuentran cobijo en las fachadas de esos edificios altos, comida en forma de palomas o cotorras y pocos enemigos que quieran comérselos a ellos, cuenta Leal, bióloga de la ONG SEO Birdlife. “También he llegado a ver algún azor y hasta buitres”, añade.
“La ciudad no es un desierto. De hecho, está mucho más habitada de lo que creemos”, añade Raimundo Real, catedrático de Biología de la Universidad de Málaga. El ser humano, explica, altera todo lo que le rodea, expulsando en su avance a muchas especies, pero dejando espacios abiertos para otras, creando nuevos, distintos ecosistemas de flora y de fauna compuesta por todo tipo de aves, pequeños mamíferos (ratones, ardillas, conejos, erizos, murciélagos…), anfibios (sapos, ranas, lagartijas…), insectos… Y a los que se asoman cada vez especies más inesperadas, como los buhós reales o los zorros. Un estudio del año pasado dirigido por la Universidad de Rutgers (EEUU) hecho en 150 ciudades de todo el mundo calculaba que en cada urbe hay unas 112,5 especies de aves y 766 de árboles y plantas. Y la mayoría son autóctonas.
Desde luego, estos hábitats, a partir de los oasis verdes públicos o privados, más o menos grandes, en medio del asfalto, no son ni de lejos los más amigables para fauna y flora; ese estudio de Rutgers dice también que las ciudades solo acogen al 5% de las variedades vegetales y al 20% de las de aves. Pero en un mundo que se está urbanizando a marchas forzadas (el 54% de la población mundial reside en áreas urbanas y la ONU prevé que para 2050 llegará al 66%), el interés por estos espacios no hace más que crecer y, con él, las voces que impulsan estrategias de conservación de esta biodiversidad urbana, empezando por la ONU y la Comisión Europea.
En España, hay Ayuntamientos que se lo han tomado en serio, como Santander, Barcelona o Vitoria, que cuentan con planes de conservación de su biodiversidad. La capital vasca, de hecho, pertenece a una red creada por la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Virginia junto a ciudades como San Francisco, Birmingham, Oslo o Singapur.
Las razones que se ofrecen para cuidar esta biodiversidad son muy variadas. En el plan de Biodiversidad de Barcelona hablan de “servicios de carácter ecológico, ambiental, social e incluso económico” que van desde la ética de la conservación de la naturaleza, el bienestar físico y mental de la población, la disminución de la contaminación, la regulación de las temperaturas y el ciclo del agua hasta la investigación y la educación, la generación de plusvalías para los inmuebles cercanos o el turismo.
Pero hay una básica: la flora es el principal agente que capta CO2 y lo convierte en oxígeno, y tal vez las ciudades sean pulmones ínfimos comparados con otros, pero en ese mundo cada vez más urbano deben poner su granito de arena, dice el concejal de Medio Ambiente de Barcelona, Joan Puigdollers. “Se trata de aprovechar cualquier espacio: tejados, jardines, plazas, balcones...”.
El plan barcelonés insiste en que “una infraestructura ecológica funciona como un sistema completo, con vida vegetal y vida animal”. Es decir, que se trata de dar el salto desde el espacio verde puramente decorativo y artificial hasta un ecosistema lo más autosuficiente y vivo que sea posible. Lo que implica, por ejemplo, tener algunos árboles viejos (con más oquedades) y áreas con flores silvestres, en lugar de céspedes perfectamente rasurados y troncos inmaculados, para que puedan acoger todo tipo de bichos.
“Forman un todo con partes interdependientes. Cualquier pérdida es una pérdida para todo el conjunto”, explica el profesor Real sobre uno de los más básicos principios de la naturaleza de los ecosistemas, en los que cada vida está relacionada con la de al lado. Las mariquitas se comen los pulgones que atacan a las plantas; los ruiseñores y muchas otras aves también comen insectos que atacan las flores y a las personas; lo mismo que los sapos, que además mantienen limpios los estanques mientras son renacuajos; las aves rapaces nocturnas, por ejemplo, los mochuelos del Retiro de Madrid, controlan la población de ratones, mientras, al lado y ya de día, la pareja de halcones hace otro tanto con las palomas, que son un problema cuando hay demasiadas.
La conservación de estos delicados equilibrios tiene grandes enemigos en la urbe: aparte de los evidentes de ese entorno hostil, son el maltrato de espacios verdes (fumigaciones masivas, talas mal hechas) y las especies invasoras de animales exóticos como tortugas, cotorras...
Lo explican Juan Carlos del Moral y Luis Martínez de SEO Birdlife, en Príncipe Pío, a la entrada de la Casa de Campo, un gran pulmón verde en la zona oeste de la ciudad de Madrid. Señalan la zona donde a finales de los años setenta se localizaron los primeros nidos de cotorras argentinas. Eran una especie muy popular, y la gente la compraba para tenerla en casa. Pero algunas se escaparon y muchas otras se soltaron porque emiten un fuerte y molesto ruido. Que se lo digan a los vecinos que ahora las sufren, convertidas hoy, en una especie invasora, un enorme problema del tamaño de miles de parejas, cuyos nidos estropean los árboles. “Se podría haber atajado fácilmente si se hubiera actuado a tiempo; ahora, que las administraciones nos piden estrategias, son un problema que costará mucho dinero resolver”, dice Del Moral.
Aparte de las cotorras, hay cigüeñas, vencejos, lavandera blanca, estorninos, carboneros… El oído y la vista entrenados de Martínez y Del Moral reconocen hasta una quincena de especies de aves en un pequeño paseo entre la zona verde creado en el entorno del río Manzanares y la entrada de la Casa de Campo. Pero también marcan faltas: la falta de una ribera en el río, la ausencia de flores en las zonas de césped… Las aves, dicen, son un buen bioindicador. Por ejemplo, el estudio de la sangre del gorrión común es muy útil para medir la calidad del aire, según una investigación de la Universidad Complutense.
Esta especie está en serio declive en muchas ciudades, también Madrid por diversas razones (pesticidas, talas...). A pesar de todo, los hay resistentes, como se puede ver estos días en Madrid, llena de bandadas de aves migratorias. Por ejemplo, hay una de vencejos procedentes de África sobre los edificios que están frente a la estación de Príncipe Pío. Son muchos, aunque la mayoría de transeúntes cruzan rápido las aceras sin reparar en este curioso animal que se pasa la mayor parte de su vida volando: comen, duermen y copulan en el aire; solo se posan para incubar y criar a sus polluelos. Cuando llegue el calor, serán un gran aliado porque se comerán una gran cantidad de molestos insectos como mosquitos, moscas y polillas.
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