Imagen: El País |
Alfredo Relaño | El País, 2015-02-15
http://deportes.elpais.com/deportes/2015/02/15/actualidad/1424026392_562172.html
Estos días en que se habla de reforma o traslado del Bernabéu me recuerdan un suceso poco conocido (quizá porque casa mal con la leyenda de favoritismo franquista hacia el Madrid). Me refiero al berrinche que se llevó Santiago Bernabéu cuando quiso derribar el estadio que llevaba, y aún lleva, su nombre, vender los terrenos, y hacer uno nuevo en la salida de la carretera de Colmenar. No le dejaron.
El asunto surgió como una gran sorpresa el 8 de septiembre de 1973. Para entonces Bernabéu llevaba 40 años en el club, tenía 78, y el estadio, 37. Eran tiempos en que la principal partida de ingresos de los clubes era la de socios y taquilla. La televisión ya daba algún dinero, muy poco en proporción a lo de ahora, y luego habría que añadir las contrataciones para torneos de verano y otros amistosos. No existían los ingresos de márketing, tan suculentos ahora para los grandes clubes. Se hablaba entonces de ingresos atípicos como algo que se presentía y deseaba para el futuro, sin saber bien lo que sería.
Aquel 8 de septiembre de 1973 el Madrid, en comunicado público, lanzó la idea. Tras una larga consideración sobre su historia, su implantación social, sus perspectivas y sus necesidades, anuncia que tiene el proyecto de construir un nuevo estadio en el barrio de Fuencarral, junto a la salida de la Nacional I (Madrid-Burgos-Irún-Francia). Por donde ahora está la zona residencial llamada Tres Olivos. Lo pensaba financiar con la venta del solar del Bernabéu, que previamente debía obtener autorización municipal para que en él se pudiera edificar una torre de imponentes dimensiones y una zona residencial.
El proyecto había sido elaborado por un estudio internacional, con razón en Suiza, dirigido por un tal William Zeckendorf, del que la propia nota aclara, quizá para endulzar la dureza fonética del apellido, que era descendiente de sevillanos (por parte de madre, se supone). También informa, para prestigiar la firma ante la opinión pública, que ha llevado a cabo, entre otros proyectos importantes salpicados por el mundo, el del edificio de la ONU de la Place Ville Marie de Montreal.
En el consejo de la empresa figura Alfonso de Borbón, primo del entonces príncipe don Juan Carlos, y casado con una nieta de Franco. Por la época eran insistentes los rumores de que doña Carmen, esposa de Franco, soñaba con convencer a su marido para que la Monarquía se reencarnara en el marido de su nieta, en lugar de en don Juan Carlos.
El nuevo estadio tendría capacidad para 120.000 espectadores, la mitad de asiento, todos cubiertos. Y 6.000 plazas de aparcamiento. Se financiaría con la venta del solar del Bernabéu, del que se preveía el siguiente uso: un 88% quedaría dedicado a parque público; el restante 12% se repartiría en una torre mayor que cualquier otra de las que entonces había en Madrid (248 metros, 70 pisos, oficinas y un hotel de 600 habitaciones) y un bloque residencial, de menor altura, con fachada a Padre Damián.
Bernabéu en persona acude a El Pardo a presentar el proyecto, con las correspondientes maquetas. Cuentan los testigos que doña Carmen se deshizo en elogios, pero que Franco estuvo más bien lacónico. No preocupó mucho, porque era su estilo.
En la opinión pública, el asunto chocó. Por un lado, la mudanza de estadio difícilmente es bien vista por parte de los aficionados, que se ven incomodados en su hábito. Además, la localización se veía entonces demasiado remota. Ahora no lo es, claro, y seguro que la presencia del estadio del Madrid hubiera tirado de la ciudad antes hacia allá, como pasa en casi todas partes con casi todos los estadios, pero entonces era lejos. Y luego estaba el problema de los reversionistas. El Madrid compró en su día los terrenos del Bernabéu para uso deportivo, darles otro destino no era fácil. Y se hablaba además del impacto brutal que sobre el tráfico de la zona significarían las nuevas viviendas y la monumental torre, con todos sus empleados entrando y saliendo a la misma hora y obstaculizando la arteria esencial de la ciudad, como es la Castellana.
Para Bernabéu, era una oportunidad. El estadio estaba viejo, se hacía incómodo. Sólo tenía 32.000 asientos. Contar con 60.000, manteniendo otras 60.000 localidades de pie y todo cubierto podría aumentar mucho los ingresos y relanzar al club, como en su día lo relanzó el viejo estadio, mucho mayor en capacidad que los de la época.
Y el Barcelona y el Atlético lo habían conseguido. El Barcelona hizo el Camp Nou en 1957 y pudo aliviar su deuda cuando en 1965, tras tres recalificaciones que forzaron mucho las cosas, consiguió vender el terreno del viejo Les Corts, que ahora está ocupado por pisos. Y, más cerca en tiempo y lugar, el Atlético vendió el terreno del viejo Metropolitano (también todo pisos hoy) para construir el Manzanares, que estrenó en 1966. Así que Bernabéu entendía que pedía lo que ya habían hecho otros.
Pero se le torció. La prensa no le siguió, como hubiera esperado. Incluso el Arriba lanzó la especie, falsa, pero que aún perdura, de que los terrenos del Bernabéu eran una expropiación forzosa al final de la guerra, algo así como un regalo al club.
En medio del debate se cruzó como un trueno un artículo tremendo en la página tres de Abc. El artículo de la página tres de Abc era entonces, y con mucho, el más leído e influyente de España. Siendo además, por ADN, el Abc un periódico decididamente madridista (a fuer de monárquico) el artículo tuvo un impacto decisivo. Se oponía duramente, casi cruelmente, haciendo incluso caricatura de los méritos del Madrid. El artículo, firmado por Luis Pascual Estevill (cuya calamitosa biografía posterior da qué pensar), estaba en línea con la opinión del ministro de la Gobernación, Arias Navarro, que había sido alcalde de la ciudad, y que se había opuesto firmemente al proyecto: “Lo que el Real Madrid pretende está prohibido por ley, como está prohibido el asesinato”, había dicho. Pascual Estevill recogía esa misma expresión, y sobre el argumento del Madrid de que otros lo habían hecho antes, recogía una frase de la revista Cambio 16 en su número 81. “También los regicidios tienen precedentes, y los parricidios, genocidios y demás actos repugnantes de que está plagada la historia de la Humanidad”. Entre las aportaciones de su propia cosecha, Estevill añadía: “Va a ser un test. Vamos a ver si el Real Madrid puede tanto que puede torcer la ley, pisotear el derecho, aplastar el bien común, perjudicar los intereses generales y hacer negocios fabulosos a capricho”.
No mucho más tarde, recibió la negativa oficial, que nunca entendió.
Ese berrinche se lo llevó a la tumba. Tanta fue su decepción que en unas memorias finales recogidas por el periodista Jaime Martín Semprún llegó a decir: “Yo luché en el bando nacional y si retornara esta situación hoy, no lo dudaría, volvería mi mosquetón contra éste”. Una exageración, sin duda. Bernabéu no podría haber luchado junto a los republicanos entre otras cosas porque probablemente le hubieran fusilado en cuanto le pillaran. Había sido activista de la CEDA y en los primeros días de la guerra estuvo escondido en un hospital y luego en la Embajada de Francia. Cuando pudo salir, se incorporó al bando nacional como voluntario y participó, como cabo, en la campaña de Lérida, donde su unidad ganó la Medalla Militar Colectiva por el copo de Bielsa.
Pero se entiende el berrinche, y más en perspectiva, cuando se ve cuántas torres se han construido en la zona, y zonas aledañas, sin miedo a colapsar el tráfico. ¿Por qué aquella negativa a Santiago Bernabéu, expresada con tanta severidad? Agustín Domínguez, secretario de la gerencia del Madrid entonces, creía saber que un altísimo personaje del Régimen, cuyo nombre me reservo porque no he podido comprobarlo, tenía intereses en el proyecto de la Torre Europa, la primera de las de la zona, esa que está en diagonal con el Bernabéu, en la esquina de la Castellana con General Perón.
Verosímil, cuando menos. El caso es que el Madrid se quedó sin lo que sí habían obtenido el Barça y el Atlético.
Y TAMBIÉN…
La justicia prohíbe derribar el Vicente Calderón para hacer rascacielos
El Tribunal Superior ve incompatible el plan urbanístico con la ley del suelo
Bruno García Gallo / José Marcos | El País, 2015-04-23
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/04/23/madrid/1429819379_910120.html
El asunto surgió como una gran sorpresa el 8 de septiembre de 1973. Para entonces Bernabéu llevaba 40 años en el club, tenía 78, y el estadio, 37. Eran tiempos en que la principal partida de ingresos de los clubes era la de socios y taquilla. La televisión ya daba algún dinero, muy poco en proporción a lo de ahora, y luego habría que añadir las contrataciones para torneos de verano y otros amistosos. No existían los ingresos de márketing, tan suculentos ahora para los grandes clubes. Se hablaba entonces de ingresos atípicos como algo que se presentía y deseaba para el futuro, sin saber bien lo que sería.
Aquel 8 de septiembre de 1973 el Madrid, en comunicado público, lanzó la idea. Tras una larga consideración sobre su historia, su implantación social, sus perspectivas y sus necesidades, anuncia que tiene el proyecto de construir un nuevo estadio en el barrio de Fuencarral, junto a la salida de la Nacional I (Madrid-Burgos-Irún-Francia). Por donde ahora está la zona residencial llamada Tres Olivos. Lo pensaba financiar con la venta del solar del Bernabéu, que previamente debía obtener autorización municipal para que en él se pudiera edificar una torre de imponentes dimensiones y una zona residencial.
El proyecto había sido elaborado por un estudio internacional, con razón en Suiza, dirigido por un tal William Zeckendorf, del que la propia nota aclara, quizá para endulzar la dureza fonética del apellido, que era descendiente de sevillanos (por parte de madre, se supone). También informa, para prestigiar la firma ante la opinión pública, que ha llevado a cabo, entre otros proyectos importantes salpicados por el mundo, el del edificio de la ONU de la Place Ville Marie de Montreal.
En el consejo de la empresa figura Alfonso de Borbón, primo del entonces príncipe don Juan Carlos, y casado con una nieta de Franco. Por la época eran insistentes los rumores de que doña Carmen, esposa de Franco, soñaba con convencer a su marido para que la Monarquía se reencarnara en el marido de su nieta, en lugar de en don Juan Carlos.
El nuevo estadio tendría capacidad para 120.000 espectadores, la mitad de asiento, todos cubiertos. Y 6.000 plazas de aparcamiento. Se financiaría con la venta del solar del Bernabéu, del que se preveía el siguiente uso: un 88% quedaría dedicado a parque público; el restante 12% se repartiría en una torre mayor que cualquier otra de las que entonces había en Madrid (248 metros, 70 pisos, oficinas y un hotel de 600 habitaciones) y un bloque residencial, de menor altura, con fachada a Padre Damián.
Bernabéu en persona acude a El Pardo a presentar el proyecto, con las correspondientes maquetas. Cuentan los testigos que doña Carmen se deshizo en elogios, pero que Franco estuvo más bien lacónico. No preocupó mucho, porque era su estilo.
En la opinión pública, el asunto chocó. Por un lado, la mudanza de estadio difícilmente es bien vista por parte de los aficionados, que se ven incomodados en su hábito. Además, la localización se veía entonces demasiado remota. Ahora no lo es, claro, y seguro que la presencia del estadio del Madrid hubiera tirado de la ciudad antes hacia allá, como pasa en casi todas partes con casi todos los estadios, pero entonces era lejos. Y luego estaba el problema de los reversionistas. El Madrid compró en su día los terrenos del Bernabéu para uso deportivo, darles otro destino no era fácil. Y se hablaba además del impacto brutal que sobre el tráfico de la zona significarían las nuevas viviendas y la monumental torre, con todos sus empleados entrando y saliendo a la misma hora y obstaculizando la arteria esencial de la ciudad, como es la Castellana.
Para Bernabéu, era una oportunidad. El estadio estaba viejo, se hacía incómodo. Sólo tenía 32.000 asientos. Contar con 60.000, manteniendo otras 60.000 localidades de pie y todo cubierto podría aumentar mucho los ingresos y relanzar al club, como en su día lo relanzó el viejo estadio, mucho mayor en capacidad que los de la época.
Y el Barcelona y el Atlético lo habían conseguido. El Barcelona hizo el Camp Nou en 1957 y pudo aliviar su deuda cuando en 1965, tras tres recalificaciones que forzaron mucho las cosas, consiguió vender el terreno del viejo Les Corts, que ahora está ocupado por pisos. Y, más cerca en tiempo y lugar, el Atlético vendió el terreno del viejo Metropolitano (también todo pisos hoy) para construir el Manzanares, que estrenó en 1966. Así que Bernabéu entendía que pedía lo que ya habían hecho otros.
Pero se le torció. La prensa no le siguió, como hubiera esperado. Incluso el Arriba lanzó la especie, falsa, pero que aún perdura, de que los terrenos del Bernabéu eran una expropiación forzosa al final de la guerra, algo así como un regalo al club.
En medio del debate se cruzó como un trueno un artículo tremendo en la página tres de Abc. El artículo de la página tres de Abc era entonces, y con mucho, el más leído e influyente de España. Siendo además, por ADN, el Abc un periódico decididamente madridista (a fuer de monárquico) el artículo tuvo un impacto decisivo. Se oponía duramente, casi cruelmente, haciendo incluso caricatura de los méritos del Madrid. El artículo, firmado por Luis Pascual Estevill (cuya calamitosa biografía posterior da qué pensar), estaba en línea con la opinión del ministro de la Gobernación, Arias Navarro, que había sido alcalde de la ciudad, y que se había opuesto firmemente al proyecto: “Lo que el Real Madrid pretende está prohibido por ley, como está prohibido el asesinato”, había dicho. Pascual Estevill recogía esa misma expresión, y sobre el argumento del Madrid de que otros lo habían hecho antes, recogía una frase de la revista Cambio 16 en su número 81. “También los regicidios tienen precedentes, y los parricidios, genocidios y demás actos repugnantes de que está plagada la historia de la Humanidad”. Entre las aportaciones de su propia cosecha, Estevill añadía: “Va a ser un test. Vamos a ver si el Real Madrid puede tanto que puede torcer la ley, pisotear el derecho, aplastar el bien común, perjudicar los intereses generales y hacer negocios fabulosos a capricho”.
No mucho más tarde, recibió la negativa oficial, que nunca entendió.
Ese berrinche se lo llevó a la tumba. Tanta fue su decepción que en unas memorias finales recogidas por el periodista Jaime Martín Semprún llegó a decir: “Yo luché en el bando nacional y si retornara esta situación hoy, no lo dudaría, volvería mi mosquetón contra éste”. Una exageración, sin duda. Bernabéu no podría haber luchado junto a los republicanos entre otras cosas porque probablemente le hubieran fusilado en cuanto le pillaran. Había sido activista de la CEDA y en los primeros días de la guerra estuvo escondido en un hospital y luego en la Embajada de Francia. Cuando pudo salir, se incorporó al bando nacional como voluntario y participó, como cabo, en la campaña de Lérida, donde su unidad ganó la Medalla Militar Colectiva por el copo de Bielsa.
Pero se entiende el berrinche, y más en perspectiva, cuando se ve cuántas torres se han construido en la zona, y zonas aledañas, sin miedo a colapsar el tráfico. ¿Por qué aquella negativa a Santiago Bernabéu, expresada con tanta severidad? Agustín Domínguez, secretario de la gerencia del Madrid entonces, creía saber que un altísimo personaje del Régimen, cuyo nombre me reservo porque no he podido comprobarlo, tenía intereses en el proyecto de la Torre Europa, la primera de las de la zona, esa que está en diagonal con el Bernabéu, en la esquina de la Castellana con General Perón.
Verosímil, cuando menos. El caso es que el Madrid se quedó sin lo que sí habían obtenido el Barça y el Atlético.
Y TAMBIÉN…
La justicia prohíbe derribar el Vicente Calderón para hacer rascacielos
El Tribunal Superior ve incompatible el plan urbanístico con la ley del suelo
Bruno García Gallo / José Marcos | El País, 2015-04-23
http://ccaa.elpais.com/ccaa/2015/04/23/madrid/1429819379_910120.html
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