UPC, Barcelona : 2013
127 p : il.
Colección: DPA, Documents de Projectes d'Arquitectura ; 29
Villanueva, Carlos Raúl, 1900-1975.
Arquitectura -- Siglo XX -- Venezuela.
Sbc Aprendizaje A-72VILLANUEVA CRV
http://millennium.ehu.es/record=b1790369~S1*spi
TEXTO COMPLETO | PDF
UPC | DPA · 29
http://revista.dpa.upc.edu/ARCHIVO/DPA29/dpa29.html
UPCommons | DPA · 29
http://upcommons.upc.edu/revistes/handle/2099/14203
Podemos considerar al arquitecto Carlos Raúl Villanueva (Londres 1900 -
Caracas 1975) como uno de los mayores representantes de la cultura del mar
Caribe en el siglo XX. Al apelar a la “cultura caribeña” establecemos un principio
general: que la obra de Villanueva no pertenece sólo a Venezuela, sino que como
la del colombiano Gabriel García Márquez, o la del cubano Severo Sarduy, por
poner sólo unos pocos e insignes ejemplos, forman parte de una realidad
transnacional ligada al área geográfica del Caribe, después del Mediterráneo,
el más extenso de los mares interiores de nuestro planeta.
Alejo Carpentier, a lo largo de sus ensayos y relatos literarios, ha sido quien mejor ha explorado la cultura del Caribe. Desde la óptica carpenteriana, es fácil darse cuenta de que la obra de Miguel Ángel Asturias (Guatemala 1899-1974) o de Jesús Rafael Soto (Venezuela 1923-2005), como la de tantos otros, pertenecen por derecho propio a la cultura caribeña. Sólo si la ubicamos en ese contexto podemos llegar a entender plenamente la arquitectura de Carlos Raúl Villanueva.
Esto explica, a su vez, el vínculo profundo que une a los grandes artistas caribeños; un vínculo que se materializa en el empleo recurrente de formas derivadas del mundo barroco y en una comprensión de la realidad a la que Carpentier llamó “lo real maravilloso”. No se refería, pues, a una “fabricación del artista” (a la manera en que los surrealistas europeos reconstruían la realidad) sino a la puesta en relieve de dicha realidad, a través de un desvelamiento que muestra cuánto hay de indígena y de africano en la cultura caribeña.
El estudio realizado por el arquitecto Azier Calvo Albizu, que esta monografía recoge parcialmente, ha ahondado en esta investigación, como lo demuestra la comparación entre la gran novela de Alejo Carpentier “Los pasos perdidos” (1953) y la obra contemporánea de la Ciudad Universitaria de Caracas proyectada por Villanueva, un empeño complejo, no exento de contradicciones, pero de enorme aliento poético y dotado de una inagotable vitalidad.
A través de ese paralelismo no es difícil relacionar las incursiones del protagonista de “Los pasos perdidos” al interior de la selva venezolana en busca de sus orígenes, con las excursiones al interior del país realizadas por los estudiantes de la Facultad de Arquitectura, auspiciadas por un docente Villanueva, que hurgaba en la arquitectura tradicional los orígenes arquitectónicos propios de Venezuela.
La Ciudad Universitaria de Caracas fue para Villanueva, como lo fuera el Campus del IIT de Chicago para Mies, un prolongado laboratorio de experimentación, tanto en su planteamiento urbanístico como en sus propuestas constructivas. Sobre ese extenso conjunto, inscrito en postulados del urbanismo y de la arquitectura del Movimiento Moderno, particularmente lecorbuserianos, proyectó valores y hallazgos formales extraídos tanto en la arquitectura popular como en la arquitectura colonial del país.
No es pues de extrañar que una parte de los escritos de este DPA, los de Silvia Hernández Lasala, César Portela y Oscar Tenreiro, se centren en el proyecto de la Ciudad Universitaria sobre el que vierten visiones intensas y complementarias.
Sin embargo la dimensión de esa magna obra y su reconocimiento internacional no debería eclipsar la decisiva aportación del maestro venezolano en el apartado de la vivienda colectiva, durante aquellos años de desarrollismo socioeconómico, al servicio del Ministerio de Obras Públicas. El escrito de Paulina Villanueva expresa con precisión ese registro relevante de su trayectoria, ejemplificado en la unidad residencial de El Paraíso (1952-54).
La selección de obras de esta monografía se ha condensado en tres de sus campos más prolíficos: el educacional, el habitacional y el expositivo. De este último apartado se han seleccionado dos obras postreras: el Pabellón de Venezuela en Montreal (1967) y el Museo de Arte Moderno Jesús Soto (1971), analizadas respectivamente por J.J. Alayón y A. Barrionuevo. Soto, también presente en el pabellón de Venezuela, como Carpentier, expresan con nitidez la complicidad y transversalidad artística de Carlos Raúl Villanueva, con que se iniciaba este escrito editorial.
La entrevista que J.J. Alayón realiza a J.P. Posani, uno de sus más estrechos colaboradores y posterior estudioso de su obra, así como el escrito del propio Villanueva “Reflexiones sobre la Arquitectura y el arquitecto” (1954), cierran una monografía que reabre una mirada contemporánea sobre la vigente naturaleza, tan ambiciosa como austera, de su arquitectura caribeña y universal.
Alejo Carpentier, a lo largo de sus ensayos y relatos literarios, ha sido quien mejor ha explorado la cultura del Caribe. Desde la óptica carpenteriana, es fácil darse cuenta de que la obra de Miguel Ángel Asturias (Guatemala 1899-1974) o de Jesús Rafael Soto (Venezuela 1923-2005), como la de tantos otros, pertenecen por derecho propio a la cultura caribeña. Sólo si la ubicamos en ese contexto podemos llegar a entender plenamente la arquitectura de Carlos Raúl Villanueva.
Esto explica, a su vez, el vínculo profundo que une a los grandes artistas caribeños; un vínculo que se materializa en el empleo recurrente de formas derivadas del mundo barroco y en una comprensión de la realidad a la que Carpentier llamó “lo real maravilloso”. No se refería, pues, a una “fabricación del artista” (a la manera en que los surrealistas europeos reconstruían la realidad) sino a la puesta en relieve de dicha realidad, a través de un desvelamiento que muestra cuánto hay de indígena y de africano en la cultura caribeña.
El estudio realizado por el arquitecto Azier Calvo Albizu, que esta monografía recoge parcialmente, ha ahondado en esta investigación, como lo demuestra la comparación entre la gran novela de Alejo Carpentier “Los pasos perdidos” (1953) y la obra contemporánea de la Ciudad Universitaria de Caracas proyectada por Villanueva, un empeño complejo, no exento de contradicciones, pero de enorme aliento poético y dotado de una inagotable vitalidad.
A través de ese paralelismo no es difícil relacionar las incursiones del protagonista de “Los pasos perdidos” al interior de la selva venezolana en busca de sus orígenes, con las excursiones al interior del país realizadas por los estudiantes de la Facultad de Arquitectura, auspiciadas por un docente Villanueva, que hurgaba en la arquitectura tradicional los orígenes arquitectónicos propios de Venezuela.
La Ciudad Universitaria de Caracas fue para Villanueva, como lo fuera el Campus del IIT de Chicago para Mies, un prolongado laboratorio de experimentación, tanto en su planteamiento urbanístico como en sus propuestas constructivas. Sobre ese extenso conjunto, inscrito en postulados del urbanismo y de la arquitectura del Movimiento Moderno, particularmente lecorbuserianos, proyectó valores y hallazgos formales extraídos tanto en la arquitectura popular como en la arquitectura colonial del país.
No es pues de extrañar que una parte de los escritos de este DPA, los de Silvia Hernández Lasala, César Portela y Oscar Tenreiro, se centren en el proyecto de la Ciudad Universitaria sobre el que vierten visiones intensas y complementarias.
Sin embargo la dimensión de esa magna obra y su reconocimiento internacional no debería eclipsar la decisiva aportación del maestro venezolano en el apartado de la vivienda colectiva, durante aquellos años de desarrollismo socioeconómico, al servicio del Ministerio de Obras Públicas. El escrito de Paulina Villanueva expresa con precisión ese registro relevante de su trayectoria, ejemplificado en la unidad residencial de El Paraíso (1952-54).
La selección de obras de esta monografía se ha condensado en tres de sus campos más prolíficos: el educacional, el habitacional y el expositivo. De este último apartado se han seleccionado dos obras postreras: el Pabellón de Venezuela en Montreal (1967) y el Museo de Arte Moderno Jesús Soto (1971), analizadas respectivamente por J.J. Alayón y A. Barrionuevo. Soto, también presente en el pabellón de Venezuela, como Carpentier, expresan con nitidez la complicidad y transversalidad artística de Carlos Raúl Villanueva, con que se iniciaba este escrito editorial.
La entrevista que J.J. Alayón realiza a J.P. Posani, uno de sus más estrechos colaboradores y posterior estudioso de su obra, así como el escrito del propio Villanueva “Reflexiones sobre la Arquitectura y el arquitecto” (1954), cierran una monografía que reabre una mirada contemporánea sobre la vigente naturaleza, tan ambiciosa como austera, de su arquitectura caribeña y universal.
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